Domingo, 4 de la mañana. Me levanto con un dolor infernal más abajo del estómago. Despierto a mis padres para que me lleven al hospital. Mientras me visto con algo aparece un gato en mi habitación. No tenemos gatos.
A esas horas no hago cola en urgencias y me atienden. Me toman la temperatura, tensión, análisis de orina y de sangre. Me abren una vía. Me pongo blanco y me pasan suero y calmante.
Diagnostico: cólico nefrítico. Me recetan 3 medicamentos distintos, me dan cita para el lunes por la tarde con el urólogo y, hala majo, para casa.
Al llegar a casa, el gato anterior nos espera en la puerta y vuelve a colarse dentro. Mi madre lo vuelve a sacar y esto ya se parece al comienzo de los dibujos animados de Los Picapiedra.
Domingo por la tarde. Tras 4h de dolores interminables en casa, vuelvo a urgencias a hacerles otra visita. Después de dar el informe que me dieron de madrugada y explicar la situación, me mandan a la sala de espera. No aguanto sentado así que decido añadir dramatismo a la escena y les pido algún sitio donde estar tumbado. Me pasan dentro y me ponen en una camilla. El médico que me ve me dice que para no jugar al pin pon conmigo me van a ingresar después de ponerme más medicación. Me abren otra vía por donde enchufan suero y la medicación. Esta vez olvido ponerme blanco. No importa, seguramente esté verde y es suficiente.
Estoy que me tiro por la ventana de dolor, pero recuerdo que estoy en un bajo y que si consigo abrir alguna ventana y saltar, el ridículo va a ser espantoso. Según van haciendo efecto los calmantes me quedo sopa. Me despierto con los gritos lejanos de la celebración del primer gol de España.
Me suben a mi habitación en silla de ruedas, aunque no es necesario. Nada más llegar, me traen la cena. Me dicen que el pis que haga que sea en la jarra que me dejan en el baño. Oímos gritos del segundo gol. Mi padre se hace con una tarjeta para la TV y consigue ver la segunda parte de un partido que daba por perdido. Medio veo el partido con molestias. España gana la Eurocopa 2012. Se llevan la cena tal y como vino. Para comer estoy yo. Al cabo de un rato mi padre se las pira a casa.
Comienza un nuevo festival de dolores y hago uso del pulsador de llamada a enfermera como si fuera el pulsador de un concurso de la TV. No muchas veces seguidas, pero sí una vez cada hora. A la cuarta vez la enfermera, a la que he pedido perdón por ser tan pesado pero es que estoy desesperado de dolor, me dice esta vez que aguante un poco y le avise en 10 – 15 min si sigo sin aguantar (o me voy a terminar todos los calmantes suaves intravenosos del garito y mi porcentaje de agua en el cuerpo va a ser despreciable en comparación con las porqueridas inyectadas). Aprovecho esos minutos para ir al baño y sin demasiado aviso, vomito la comida del domingo cuando ya es la 1 de la mañana del lunes. Confirmo que tengo que dejar de engullir como un pavo y masticar más. Aquello es demasiado identificable. Curiosamente vuelvo a la cama sin apenas dolores y m quedo frito.
Por la mañana llega el médico y me hace algunas preguntas. Decide hacerme una ecografía y una radiografía. Comienza “En busca de la piedra maldita”. Antes de las pruebas me traen el desayuno. Como con miedo a que me provoque nuevos dolores aunque parece ser que una cosa no tiene nada que ver con la otra.
Me suben a una silla de ruedas y me exhiben un poco más por el hospital hasta llegar a las salas de pruebas. No es justo. Yo voy con la bata que me deja al aire el garaje pero me cruzo con gente vestida de calle que vienen al hospital de visita. Al menos voy sentado y no se me ve el trakas. Tampoco se me vería nada porque soy el protagonista de la película “No sin mis gayumbos”.
Las pruebas son rápidas y vuelvo de nuevo a la habitación a lomos de silla-móvil.
Me hacen la cama, me traen la comida. Como con más ganas pero sigo con miedo de que esto anime a la piedra a moverse.
Me visita el médico y dice que tengo una piedra de 4mm que es el límite para ser expulsada por uno mismo, sin tener que recurrir a otras putadas y que voy a quedarme otra noche en el hotel.
Voy a mear y veo que la jarra ya permite poner un puesto de limonada para el resto de clientes.
Me traen gayumbos limpios de casa y me hago a medias la limpieza del gato. Subiéndome la bata, consigo medio lavarme de cintura para abajo. No me puedo quitar la batamanta porque todo el rato estoy enchufado al perchero del suero. Las esponjas desechables que me han dejado molan. Vienen con el jabón incorporado así que se usan directamente mientras te duchas.
Me visita la enfermera y tras tomarme temperatura y tensión (parezco un coche en el taller) me dice que andar es bueno porque puede facilitar el movimiento de la piedra. Agarro el perchero y salgo de mi habitación a andar un poco. Estoy sexy en mi batamanta, pero yo cobro por el espectáculo completo, así que debajo sigo llevando los gayumbos. A pesar de todo, una enfermera me ofrece ponerme una segunda bata para cubrirme. No será por los gayumbos. No sé si bonitos, pero limpios seguro. Sin frenazos ni nada similar.
El perchero del suero tiene una maquinita que lo controla. Mi paseo no le hace gracia al mío y se pone a pitar por mucho reinicio, solución universal donde las haya, que le hacen. Las ruedas del perchero tampoco colaboran y no ruedan. Busco los boxes para un cambio rápido pero no los encuentro. Andando con el perchero parece que voy a clavar una bandera en alguna tierra no conquistada.
Tengo visita de mi familia. Nos hacemos fotos conmigo, mi batamanta y mi perchero en medio para reírse de mí. Cabritos.
Me han traído el Kindle que compré hace poco y el cargador del móvil. Pongo a ambos en un altar.
Mi madre entra un momento al baño y sale diciendo que quiere el neceser que el hospital ha dejado en él. Su hijo moribundo y ella quiere el neceser de casi usar y tirar. Supongo que quiere amortizar a su hijo. Prometo dejárselo en herencia. Por ahora es mío.
Llega la cena. No me termino de creer que el segundo plato de un hospital sean calamares fritos. Esto parece un chiringuito playero. Los calamares engañan. He comido chicles que se deshacían antes.
Sigo haciendo tiempo leyendo con el Kindle y el móvil. Quiero que la piedra se mueva y se pire pero solo de pensar en que se mueva y vuelva el dolor me pongo malo. Me daría a la bebida pero no consigo encontrar el minibar en la habitación. Pondré una reclamación.
Paso la segunda noche sin novedad. Finalmente me dan el alta junto con nueva medicación y una cita con el urólogo.
Por lo visto, la piedra es mía y me la llevo (aunque prefería dejarla aquí).
Ergh, a ver cómo termina esta historia.