Los Milk Bars son restaurantes que sirven comida típica polaca tirada de precio y que vienen de la época comunista. Se conocen como milk bars porque no sirven alcohol (ni una cervecita ni nada). Son un buen sitio para ir a comer por hacer la gracia, porque son muy baratos y porque en los grandes restaurantes (a los que tan asiduo soy… o no), no me veía comiendo algo típico de Polandia.
Cuando llegué, sabía dónde estaban tres de estos milk bars en el centro de Cracovia, y ahí que fui. Uno de ellos es fácil de encontrar porque está a simple vista en una de las calles principales que llegan a la “plaza mayor”.

Los otros dos que conocía y que encontré por Internet estaban más escondidos.

Y si los encuentras en Internet, es que ya son turísticos (por cierto, la página muy desagradable con esos ruidos que le han puesto). Aún así, la moto de reparto tiene su punto (su punto terrorífico con esa abuela que quiere ser tierna pero que da miedo).

Que empiecen a ser turísticos (siguen un tanto escondidos), no implica que hayan dejado de ser un reto. Porque leer el menú y elegir lo que vas a comer al azar, es lo mismo. En uno de ellos tenían el menú de servicio a domicilio traducido al inglés (los precios en złoty).

Tras releer unas 20 veces el dichoso menú y pareciendo Chiquito de la Calzada con mis idas y venidas a la barra para pedir, encontré un cartel que parecía tener las especialidades o los platos típicos. Algo similar a (pero no era éste)

Encontré Bigos (Polish Hunter Stew) en él. Más o menos sabía lo que era pero había dos versiones. Una con un nombre más largo y algo más cara. Así que pensé que tendría algo más y decidí pedir ése. El sistema para pedir era hacer cola en la barra cual McDonald’s. Y el sistema para recoger tu plato es que al pedir y pagar te dan un número y cuando tu plato sale de la cocina, cantan su número y si es el tuyo, te acercas a recogerlo.
Como el sistema podía ser un tanto confuso para los no aborígenes, han añadido una pizarra electrónica (como lo que hay en muchas carnicerías), y además de cantar el número, se dignan a ponerlo en la pizarra.
Con la tensión del momento, pedí, pagué y me fui a esperar a la mesa que había encontrado libre. ¿Y mi número? Mierda. O no lo cogí o no me lo dieron. Plan B. Estar al loro de un plato huérfano que salga de la cocina. Y ahí estuve viendo cómo salían platos. Incluso alguien pidió una especie de magdalena del tamaño de una calabaza. Qué malo es pedir “a ciegas”…
Ése fue el primer pensamiento. Al cabo de un minuto, el segundo pensamiento fue: Por favor, que ese plato no sea el mío. No quiero ser yo el que tenga que ir a recoger eso a la barra…
Al ver que nadie reclamaba la magdalena gigante, me acerqué a la barra y pregunté si aquello era lo que me temía. Premio para el caballero. Lo cogí y volví a mi mesa sin levantar mucho la mirada.
Al sentarme, miré un poco a mi alrededor y ante unos que hablaban inglés entre ellos y que estaban mirando mi plato, me encogí de hombros en plan “¿Y yo qué sabía?”. Y uno de ellos me contestó: “Looks nice”. Cachondeíto encima…
A pesar de todo, la elección fue un acierto. Una vez quitada la tapa a esa especie de pan payés y ver el interior, el plato era muy bueno y más original que los que estaba viendo a mi lado (aunque un poco fuertecito para el calor que hacía fuera).

Alguna otra cosa que probé.
Gołąbki o Golumpki: carne picada y mezclada con arroz envuelta en hojas de repollo hechas al vapor. Muy rico.

Pierogi: muy ricos aunque en la foto tampoco es que parezcan nada del otro jueves. Son los raviolis polacos y pueden estar rellenos de carne; de queso, cebolla y patata (Ruskie pierogi, los mejores); de repollo y champiñones, …

Una especia de morcilla abierta y que no fue una gran elección… (ojo con el barquito de la bebida, bebida que es muy común y que llaman kompot)

Y para terminar con otra parida, el agua servida es agua con gas si no se dice lo contrario.